Ya sabe el gobierno que el perro del hortelano también muerde. Se lo demostraron los pescadores y los armadores pequeños y medianos, y se lo están mostrando los amazónicos. Pero es sólo el comienzo. También las comunidades de sierra se rebelan contra el DL 1015 y el 1073 (facilita la venta de tierras) y las aledañas a los denuncios mineros que deben agregar la amenaza del 1064 (retira a las comunidades capacidad de decisión para la ejecución de proyectos mineros en sus territorios). Y en la lista siguen los trabajadores de las empresas públicas contra el 1031 (privatización), los portuarios contra el 1022 (concesión a operadores privados), las organizaciones de productores lecheros contra la 1035 (Ley Gloria), las poblaciones de la selva contra la 1090 (sobre fauna silvestre y explotación forestal, conocida como ley de la selva), y seguramente se unirán en algún momento los trabajadores de las medianas empresas convertidas en “pequeñas” para reducir los derechos laborales (DL 1086) y otros que recién van tomando conciencia de que han sido atropellados. El “síndrome del perro del hortelano” era una verdadera epidemia en el Perú, a pesar del ajuste y las reformas de los 90 y la persistencia en el modelo neoliberal los últimos 18 años. Y sus expresiones principales eran –como quedó estampado en artículos presidenciales publicados en “El Comercio”– la informalidad, la pequeña propiedad, la dispersión poblacional, los grupos laborales con acceso a derechos, las tradiciones comunales, etc., que son los blancos escogidos por más de cien decretos legislativos de los que la mayoría del país todavía no toma conciencia. ¿Quiénes no eran perros en esta tremenda purga lanzada por el poder político? El presidente nunca dejó dudas que los buenos eran aquí las grandes empresas y multinacionales que por el dinero que tienen pueden hacerse cargo de inmensas explotaciones, comprometerse en inversiones ambientales, otorgar mayores derechos laborales, introducir tecnología de punta, pagar más impuestos y realizar gasto regional y local. Estos comen (¡cómo comen!), pero dejan comer, a diferencia de los peruanos hijos de la crisis y de los modelos fallidos de nuestra historia, que bloquean la modernidad. Por lo menos eso es lo que cree el presidente y lo que está en la base de los nuevos conflictos que apuntan a extenderse.
Cuando alguien hace el análisis y llega a la conclusión que el 80% del país está equivocado y es una manga de perros, y que se puede gobernar para beneficiar al 1% y mantener la ilusión de una estrecha minoría, se produce un desequilibrio grave. Eso estamos viendo. Pero el gobierno quiere hacernos creer que Chávez, Humala y las ONG son los culpables de lo que está pasando.
La Primera, 20/08/2008
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