Esta teoría ya probó un bocado envenenado.
Veinticuatro policías asesinados; un número indeterminado –pero quizá mayor– de pobladores muertos; nativos con cara pintada en son de guerra y sin ganas de retroceder; y el presidente insistiendo en que se trata de un complot contra la democracia de terroristas financiados por intereses extranjeros opuestos al progreso del Perú, componen un cóctel explosivo que ya cobró muchas vidas y que podría ponerse peor en el futuro.
A estas alturas es evidente que el gobierno, por más buena que fuera su intención, siguió una estrategia equivocada en la selva, sin un esfuerzo mínimo de entender la cosmovisión de sus pobladores, y cayendo en el facilismo agresivo de, como no compartían su punto de vista, calificarlos de ‘perros del hortelano’, de ignorantes y de terroristas.
Lo ocurrido constata el fracaso de la política realizada en Lima al ocuparse de asuntos trascendentales para zonas alejadas de la capital. El Ejecutivo y el Congreso se enredaron en un peloteo irresponsable con los decretos controversiales, y el resultado son las muertes lamentables de estos días.
Sospecho que algunos están felices por lo ocurrido en Bagua pues mete al gobierno en un túnel que les conviene y del que puede ser difícil salir. Evitar una mayor confrontación, con más bala y más muerte, puede verse como algo complicado en este momento dado el rumbo de colisión en el que están ambas partes. Pero eludir ese desenlace fatal más grave que el ya visto constituye ahora un objetivo fundamental.
Salvo que el presidente García esté dispuesto a extremar la situación con el riesgo de un mayor desangramiento, este es el momento de que actúe con una perspectiva de largo plazo. La arrogancia y la soberbia suelen ser malas compañeras de la grandeza indispensable en un estadista en la hora difícil.
Esto puede implicar el retiro del rollo que acusa a los nativos de terroristas (incluyendo su spot televisivo), y abrir un espacio de negociación nuevo quizá suspendiendo la aplicación de los decretos para crear el clima para una solución pacífica.
Un cambio de gabinete facilitaría el proceso, pero más importante será el cambio de actitud del presidente Alan García, con una actitud menos agresiva, reconociendo que su teoría del ‘perro del hortelano’ ya pasó a mejor vida, que no todos con los que debe conversar son empresarios elegantes que lo visitan en Palacio, y admitiendo que el daño que ya sufrió su gobierno en Bagua es grande, pero que este puede ser mayor si insiste en la ruta actual, pues el efecto imitación en muchas otras zonas puede ser una ola grande que no pueda pasar, construyendo un desenlace negativo e indeseable que ni él, ni los peruanos ni el país merecen.
Veinticuatro policías asesinados; un número indeterminado –pero quizá mayor– de pobladores muertos; nativos con cara pintada en son de guerra y sin ganas de retroceder; y el presidente insistiendo en que se trata de un complot contra la democracia de terroristas financiados por intereses extranjeros opuestos al progreso del Perú, componen un cóctel explosivo que ya cobró muchas vidas y que podría ponerse peor en el futuro.
A estas alturas es evidente que el gobierno, por más buena que fuera su intención, siguió una estrategia equivocada en la selva, sin un esfuerzo mínimo de entender la cosmovisión de sus pobladores, y cayendo en el facilismo agresivo de, como no compartían su punto de vista, calificarlos de ‘perros del hortelano’, de ignorantes y de terroristas.
Lo ocurrido constata el fracaso de la política realizada en Lima al ocuparse de asuntos trascendentales para zonas alejadas de la capital. El Ejecutivo y el Congreso se enredaron en un peloteo irresponsable con los decretos controversiales, y el resultado son las muertes lamentables de estos días.
Sospecho que algunos están felices por lo ocurrido en Bagua pues mete al gobierno en un túnel que les conviene y del que puede ser difícil salir. Evitar una mayor confrontación, con más bala y más muerte, puede verse como algo complicado en este momento dado el rumbo de colisión en el que están ambas partes. Pero eludir ese desenlace fatal más grave que el ya visto constituye ahora un objetivo fundamental.
Salvo que el presidente García esté dispuesto a extremar la situación con el riesgo de un mayor desangramiento, este es el momento de que actúe con una perspectiva de largo plazo. La arrogancia y la soberbia suelen ser malas compañeras de la grandeza indispensable en un estadista en la hora difícil.
Esto puede implicar el retiro del rollo que acusa a los nativos de terroristas (incluyendo su spot televisivo), y abrir un espacio de negociación nuevo quizá suspendiendo la aplicación de los decretos para crear el clima para una solución pacífica.
Un cambio de gabinete facilitaría el proceso, pero más importante será el cambio de actitud del presidente Alan García, con una actitud menos agresiva, reconociendo que su teoría del ‘perro del hortelano’ ya pasó a mejor vida, que no todos con los que debe conversar son empresarios elegantes que lo visitan en Palacio, y admitiendo que el daño que ya sufrió su gobierno en Bagua es grande, pero que este puede ser mayor si insiste en la ruta actual, pues el efecto imitación en muchas otras zonas puede ser una ola grande que no pueda pasar, construyendo un desenlace negativo e indeseable que ni él, ni los peruanos ni el país merecen.
La República, 09/06/2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario