martes, 12 de febrero de 2008

Francisco Durand: El perro del vecino del hortelano

La comentada metáfora presidencial ha dado lugar a varios tipos de reacciones. Están a favor aquellos que consideran que existe una cultura de oposición a la tan necesitada y ahora indispensabilísima inversión privada. Por ejemplo, la mina Majaz, caso donde se aplica bien lo del ". tabú de ideologías superadas, por ociosidad, por indolencia o por la ley del perro del hortelano que reza: si no lo hago yo, que no lo haga nadie".
Están en contra, obviamente, los socialistas, los ambientalistas, los indigenistas o los campesinos pobres, que ven en la inversión privada un intruso abusivo que les da poco o les cambia la vida y hasta el horizonte.
Es esa la razón por la que aparecen pronto instalaciones llenas de comodidades protegidas por una cerca donde se recluyen cómodamente los inversionistas. Sea como fuere, recordemos que la idea central es que, en materia de inversiones, hay peruanos que "ni comen ni dejan comer".
Esta situación ocurre, entre otras cosas, debido a que el presidente no se ha preocupado en explorar las causas del problema, ni distinguir variedades, lo cierto es que el tema -como antes la campaña de la puntualidad- se ha agotado pronto. Mejor es, entonces, dejar a este perro en su casa.
Sin embargo, bien visto el panorama canino de la política, hay otro perro donde también el comportamiento social afecta el desarrollo y la inversión, pero de una manera diferente. Este perro, me parece, es menos ladrador y más destructivo que el del hortelano. Además, ataca de manera diferente usando una táctica opuesta que consiste en "comer y dejar comer".
Gracias a él, quienes entran a la casa pueden llevarse lo que quieran y le suelen dar un hueso jugoso para que se entretenga y no meta ruido. De lo que hablamos no es otra cosa que la famosa coima, o para decirlo en términos mexicanos, que calzan bien en la metáfora, de la mordida. Más pérdida de recursos existe con este otro perro porque el coimeador tiene que invertir en dejar ese hueso para que no ladre y, sobre todo, porque el coimeado se queda con recursos que no son fruto del esfuerzo ni conducentes al desarrollo de la nación. La corrupción, convengamos, afecta el clima de negocios en el país debido a que alimenta la violencia y relaja la aplicación de la ley. Ahora, debido al récord ya conocido de su primer gobierno, este tema persigue como una sombra al presidente.
No es entonces sorprendente que en sus primeras declaraciones habló claro y fuerte de poner freno a los pedigüeños apristas y, también, de formar un gabinete de ministros independientes con reconocida trayectoria profesional (la honestidad incluida).
El mandatario insistió inclusive en la reforma del Estado, y hasta denunció el primer caso de licitaciones extrañas.
Pero, de un tiempo a esta parte, se observa que tal énfasis se ha ido desvaneciendo y, en este momento, reaparece el fantasma de la corrupción de alto nivel asociada a ciertos personajes y a ciertas prácticas.
Ni el presidente hace mucho al respecto ni tampoco el Congreso, cuyo rol se inclina cada vez más a defender a capa y espada a cualquier personaje con el prestigio dañado, siempre y cuando sea compañero aprista.
Varios indicios y casos apuntan a corrupción de compras sin licitación o con licitación amarrada o sospechosa. También, de contratos de estabilidad tributaria firmados en secreto, en los cuales se pueden cobrar altas comisiones, aunque dicen que es para "promover la inversión" y tranquilizar a aquellos que reclaman que el Perú es un país lleno de perros del hortelano. No nos olvidemos del aumento cualitativo y cuantitativo del narcotráfico y de la violencia que experimenta el país. Así que cabe preguntarse: ¿De qué perro estamos hablando?
Perú. 21, 12/02/2008

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