El 25 de noviembre de 2007, el presidente Alan García publicó en El Comercio su deplorable artículo “El síndrome del perro del hortelano”. Allí presenta al Perú como un pobre país que merece ser vendido al mejor postor. Sobre la Amazonía escribe: “En los 8 millones de hectáreas que han sido destruidas (en la Amazonía) debe establecerse ya la propiedad en grandes lotes, para que empresas modernas y fondos de inversión trabajen a largo plazo en madera de alto valor y bambú”.
Pero Jorge del Castillo, presidente del Consejo de Ministros, nos sale ahora con la sorpresa de que la ley para promover la inversión en la Amazonía no persigue la privatización. O sea que el premier parece colocarse en la posición del perro. Del hortelano, por supuesto.
¿Significa esto que Del Castillo rechaza el afán privatizador de la selva de su jefe y guía Alan García? ¿Implica acaso una rectificación?
Nada de eso. Lo que pasa es que la propuesta privatizadora de García ha suscitado tal repulsa, que su álter ego, su otro yo, Del Castillo, sostiene lo insostenible: que el proyecto del Ejecutivo no busca la privatización, sino “la inversión y la propiedad de zonas forestales y deforestadas”.
O sea, sí pero no. La idea persiste y tiene nombre propio. Lo hemos denunciado oportunamente. Se busca entregar a un grupo económico poderoso una inmensa superficie de nuestra selva.
La selva amazónica es mucho más que bosques y deforestación. Hay allí una riqueza biológica que nutre ya las investigaciones y las ganancias de los grandes laboratorios farmacéuticos, y que, sin embargo, conserva aún secretos inexplorados.
Las poblaciones nativas de la selva, guardianas del tesoro, deben ser, además, respetadas. No se las puede expulsar despiadadamente, como harían, con toda seguridad, las empresas privadas. El 12 de febrero del año pasado, U.S. News and World Report, el más derechista de los grandes semanarios estadounidenses, publicó un informe sobre lo que llamó “la última selva del mundo”. Planteaban los autores, refiriéndose a Brasil, el dilema que plantea el salvar la selva amazónica al mismo tiempo que se quiere explotar sus riquezas.
El informe detalla cómo madereros, mineros y ganaderos destruyen la selva (en un año, la deforestación puede sacrificar entre 1,100 y 1,400 millones de árboles). La hazaña es cometida, por supuesto, por “empresas modernas”.
Para que no se crea que denunciar esto es exclusividad izquierdista y nacionalista, nos remitimos a un editorial del New York Times citado por U.S. News, el cual sostiene: Brasil debe recordar que “el bosque tropical no es una mercancía que deba ser explotada para ganancia privada”.¡Hasta los gringos se preocupan más que García y Del Castillo de defender la selva amazónica!
La Primera, 13/02/2008
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