Empieza a extenderse la sensación de que, casi sin darnos cuenta, de manera gradual, como suele avanzar la mayoría de procesos sociales, la intolerancia se ha instalado de una manera peligrosa en el país.
Varias expresiones recientes van en esa dirección. No está bien, por ejemplo, que una autoridad de la importancia del alcalde de Lima diga que sus críticos son unos "parásitos" (antes había dicho que tienen "mentalidad de bodegueros", pero ya se dio cuenta de que los bodegueros tienen DNI y votan en las elecciones, a diferencia de los parásitos).
Ello se suma a todos 'los perros del hortelano' del presidente, una manera despectiva de considerar a los que no comparten su punto de vista. También, a la impaciencia de los políticos por las preguntas que normalmente la prensa debe plantear. Desde Alan García, hasta Luis Castañeda, pasando por el ministro Rafael Rey, se han molestado con los periodistas que no se comportan de un modo 'positivo'.
Ahora bien, todo lo anterior podría ser, simplemente, expresiones poco elegantes o de mal gusto. Pero en el fin de semana que pasó varios comentaristas provenientes de enfoques ideológicos muy diferentes han coincidido, de distintas maneras, en percibir señales de una intolerancia peligrosa.
En Perú.21, Rosa María Palacios vio con preocupación que el apego del presidente García por el modelo chino, sustentado en mucho crecimiento económico y poca libertad política, lo lleve a extenderlo al Perú. A su vez, Santiago Pedraglio coincidió en el riesgo de esta admiración por el esquema chino, y observó que se ha desatado un hostigamiento sistemático a quienes discrepan con el gobierno y sus ideas. Jorge Bruce reflexionó de un modo parecido y lamentó que, por el peso de su opinión, Mario Vargas Llosa solo celebre el enfoque económico del segundo régimen de García y no se percate de su manejo político. A su vez, en La República, Alberto Adrianzén y Mirko Lauer coincidieron en advertir una ola de macarthismo en algunos medios.
Mucha gente diferente, viendo lo mismo, constituye una señal de que estamos ante un fenómeno peligroso para el país.
Varias expresiones recientes van en esa dirección. No está bien, por ejemplo, que una autoridad de la importancia del alcalde de Lima diga que sus críticos son unos "parásitos" (antes había dicho que tienen "mentalidad de bodegueros", pero ya se dio cuenta de que los bodegueros tienen DNI y votan en las elecciones, a diferencia de los parásitos).
Ello se suma a todos 'los perros del hortelano' del presidente, una manera despectiva de considerar a los que no comparten su punto de vista. También, a la impaciencia de los políticos por las preguntas que normalmente la prensa debe plantear. Desde Alan García, hasta Luis Castañeda, pasando por el ministro Rafael Rey, se han molestado con los periodistas que no se comportan de un modo 'positivo'.
Ahora bien, todo lo anterior podría ser, simplemente, expresiones poco elegantes o de mal gusto. Pero en el fin de semana que pasó varios comentaristas provenientes de enfoques ideológicos muy diferentes han coincidido, de distintas maneras, en percibir señales de una intolerancia peligrosa.
En Perú.21, Rosa María Palacios vio con preocupación que el apego del presidente García por el modelo chino, sustentado en mucho crecimiento económico y poca libertad política, lo lleve a extenderlo al Perú. A su vez, Santiago Pedraglio coincidió en el riesgo de esta admiración por el esquema chino, y observó que se ha desatado un hostigamiento sistemático a quienes discrepan con el gobierno y sus ideas. Jorge Bruce reflexionó de un modo parecido y lamentó que, por el peso de su opinión, Mario Vargas Llosa solo celebre el enfoque económico del segundo régimen de García y no se percate de su manejo político. A su vez, en La República, Alberto Adrianzén y Mirko Lauer coincidieron en advertir una ola de macarthismo en algunos medios.
Mucha gente diferente, viendo lo mismo, constituye una señal de que estamos ante un fenómeno peligroso para el país.
Perú.21, 31/03/2008
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