martes, 4 de marzo de 2008

Luis Rey de Castro: ¿El gato del hortelano...?

En su última entrega instructiva, el domador del perro del hortelano nos explica que infortunadamente el chucho no sabe sumar. Por lo tanto, ignora los miles de miles de millones que se invierten en beneficio de los pobres matriculados en Juntos, Pronaa, Pronasar, Provías, Pronamachcs, Cofopri y demás pros con un total probable de S/.4,500 millones para el año que corre. El perro ni siquiera advierte que Crecer es un programa polivalente, múltiple y científico que sigue los lineamientos de Sembrando, la institución privada de la señora Pilar Nores, esposa del domador.
En domingos sucesivos fuimos aprendiendo la anatomía del perro del hortelano, su torpe constitución orgánica, su obtusa mentalidad, sus oscuros propósitos. Los domingos pontificales nos permitieron entender que el bicho en cuestión asume muy diversas apariencias y podemos encontrarlo en lugares inesperados, no necesariamente en las huertas, que es donde debería estar: carretera y caminos, plazas públicas, centros mineros, campos de coca, etc.
Así, hemos descubierto que también es un perro portuario, con carné de estrellas y palomas, congresista de mucho prestigio y sindicalista de mucho arraigo. A ladrido limpio puede parar el puerto más importante del país, paralizar las exportaciones, conseguir que miles de toneladas de alimentos perecibles tengan que ser arrojadas al gran albañal que es nuestro mar, enfurecer a nuestros compradores y obligar a pérdidas millonarias cuando el dólar está en baja y el exportador en figuritas para pagar planillas a sus trabajadores. ¿Qué pueden importarle los trabajadores al perro portuario?
Hemos visto que el can en cuestión además está entornillado en un asiento del gabinete y no lo mueve ni el dueño del circo. El lamentable chucho no tiene patrulleros pero no sabe comprarlos; necesita lacrimógenas pero tiene que conformarse con sus propios lloriqueos. Como en la fábula de los conejos –si los perros eran galgos o eran podencos–, se paraliza el Congreso para que discutan si fueron balas o eran perdigones. Y nos pasamos las legislaturas de perrada en perrada. Después de las ilustradas explicaciones que nos ofrece el domador sobre la conducta del can y su fracaso en la doma, parece llegado el tiempo de cambiar al perro. Pero no por otro, que sea igualmente torpe, obstinado, miope, burócrata, ocioso, gordo e inservible. ¿Por qué no ensayamos con el gato del hortelano? Todo felino es, por definición, ágil y astuto, perspicaz y malicioso, diplomático cuando quiere y feroz cuando le conviene.
Un gato no se sienta a ladrar imposibles, estorbando al barrio entero para quejarse de que no lo alimentan. Tiene lo que necesita y consigue lo que le conviene. Mi propuesta consiste en una masiva importación de gatos: persas, hindúes, egipcios, afganos, somalíes, venecianos, para reemplazar a todos los perros del hortelano enquistados en la administración pública, comenzando por los atornillados en el gabinete ministerial.
Quién sabe si un centenar de gatos –incluyendo algunos importados de Roma para reemplazar los perros Arana´s, Grufides y varios purpurados antimineros–, serían la solución.
Correo, 04/03/2008

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