Imagino que la turista alemana horrorizada por las carreteras bloqueadas, tuvo igual reacción ante las turbas que incendiaban cientos de automóviles en París. Supongo que habrá protestado por la violencia familiar contra tantas mujeres en España. Y el itinerario del horror le hará gritar su indignación por los asesinatos de los escolares en algunas escuelas de Estados Unidos; por lo que pasa en Darfur, en Pakistán y en tantos otros lugares. El mundo moderno, tan pleno de inventos que pueden hacer más bella la vida, está llena de horrores. Y, sin duda, el peor y más grave de los horrores es la pobreza.
Recuso la violencia como ideología y como actividad. Quienes desde el Cusco, Ayacucho, Iquitos o cualquier otro punto del país la ponen en práctica están equivocados y su actitud de mera negación sin alternativas, es un agravio a sus propias regiones, pues más se ganaría con el diálogo y la búsqueda de soluciones concertadas.
Es posible que a pesar de las cifras expuestas para reducir la pobreza, esta se mantenga igual en las vivencias de quienes cada día la sufren. En este terreno, es justo reclamar más prisa y cero pausas. Así, señor presidente, reconociendo su empeño, haga más, amplíe y convénzase de que no todo opositor a su gobierno es perro del hortelano. Tener una óptica diferente del desarrollo, no convierte a quien la sustenta en perro del hortelano. Si usted creyera lo contrario, abandonaría a Lope de Vega, para incursionar, como el Quijote de Cervantes, en denodada lucha contra los molinos de viento.
Pero no; sospecho que su molestia es por el ejercicio intelectual de quienes comentan sobre su 'derechización'; contra los que lo acusan de convertir la inversión extranjera en la panacea que cura todos los males; hacia quienes critican la composición de su Gabinete. No suscribo esas críticas y encuentro que hay políticas interesantes en su gobierno. Pero esta disposición no me lleva a admitir que toda posición antagónica significa ser perro del hortelano.
En realidad, hay que ser torpe para adoptar una posición obstruccionista a políticas sociales que se proponen reducir la pobreza. Si los programas ejecutados han alcanzado el 2007 la cantidad de S/.3.278 millones y el beneficio ha sido para los 811 distritos más pobres, eso es algo a reconocer y apoyar para que los programas se profundicen y tengan continuidad. Sin estos elementos, ningún plan contra la pobreza producirá un cambio definitivo, porque ella en el Perú está adentrada; es histórica y es estructural. Solo la ampliación de los espacios, la inclusión, la apertura hacia un pacto nacional y la conversión de los pobres en sujetos de derechos, podrá acabar con ella.
En esta perspectiva, a las políticas sociales, a las ofertas para que venga inversión extranjera regulada, habrá que añadir una atención sustancial a la problemática cultural de la pobreza. Ella se ha aposentado principalmente entre la población indígena y las comunidades nativas. Son pobres porque no tienen cómo y con qué satisfacer necesidades primarias; son pobres porque teniendo nacionalidad no tienen Estado. Desde su fundación, el gran error de nuestra república ha sido la exclusión de esos sectores; el mirarlos como un factor de atraso; el destruir sistemáticamente su autoestima.
Este es el aspecto más grave de la pobreza en el Perú y para combatirla, como decía Basadre, hay que volver la mirada al Perú profundo; revaluar las vertientes culturales heredadas del pasado; darle importancia a lo más valioso, que es el ser humano y reconocerlo como ciudadano que sin abandonar la práctica de costumbres ancestrales, tiene acceso a la modernidad. Esta dimensión falta y es necesario incorporarla.
Recuso la violencia como ideología y como actividad. Quienes desde el Cusco, Ayacucho, Iquitos o cualquier otro punto del país la ponen en práctica están equivocados y su actitud de mera negación sin alternativas, es un agravio a sus propias regiones, pues más se ganaría con el diálogo y la búsqueda de soluciones concertadas.
Es posible que a pesar de las cifras expuestas para reducir la pobreza, esta se mantenga igual en las vivencias de quienes cada día la sufren. En este terreno, es justo reclamar más prisa y cero pausas. Así, señor presidente, reconociendo su empeño, haga más, amplíe y convénzase de que no todo opositor a su gobierno es perro del hortelano. Tener una óptica diferente del desarrollo, no convierte a quien la sustenta en perro del hortelano. Si usted creyera lo contrario, abandonaría a Lope de Vega, para incursionar, como el Quijote de Cervantes, en denodada lucha contra los molinos de viento.
Pero no; sospecho que su molestia es por el ejercicio intelectual de quienes comentan sobre su 'derechización'; contra los que lo acusan de convertir la inversión extranjera en la panacea que cura todos los males; hacia quienes critican la composición de su Gabinete. No suscribo esas críticas y encuentro que hay políticas interesantes en su gobierno. Pero esta disposición no me lleva a admitir que toda posición antagónica significa ser perro del hortelano.
En realidad, hay que ser torpe para adoptar una posición obstruccionista a políticas sociales que se proponen reducir la pobreza. Si los programas ejecutados han alcanzado el 2007 la cantidad de S/.3.278 millones y el beneficio ha sido para los 811 distritos más pobres, eso es algo a reconocer y apoyar para que los programas se profundicen y tengan continuidad. Sin estos elementos, ningún plan contra la pobreza producirá un cambio definitivo, porque ella en el Perú está adentrada; es histórica y es estructural. Solo la ampliación de los espacios, la inclusión, la apertura hacia un pacto nacional y la conversión de los pobres en sujetos de derechos, podrá acabar con ella.
En esta perspectiva, a las políticas sociales, a las ofertas para que venga inversión extranjera regulada, habrá que añadir una atención sustancial a la problemática cultural de la pobreza. Ella se ha aposentado principalmente entre la población indígena y las comunidades nativas. Son pobres porque no tienen cómo y con qué satisfacer necesidades primarias; son pobres porque teniendo nacionalidad no tienen Estado. Desde su fundación, el gran error de nuestra república ha sido la exclusión de esos sectores; el mirarlos como un factor de atraso; el destruir sistemáticamente su autoestima.
Este es el aspecto más grave de la pobreza en el Perú y para combatirla, como decía Basadre, hay que volver la mirada al Perú profundo; revaluar las vertientes culturales heredadas del pasado; darle importancia a lo más valioso, que es el ser humano y reconocerlo como ciudadano que sin abandonar la práctica de costumbres ancestrales, tiene acceso a la modernidad. Esta dimensión falta y es necesario incorporarla.
El Comercio, 05/03/2007
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