En El Perro de Hortelano, el presidente Alan García critica a quienes se oponen a sus medidas de política y a su visión general del desarrollo. Pero el problema es que los perros del hortelano no son solamente los agitadores de siempre, sino –más bien– los actuales dueños y usuarios de esos recursos naturales que el Presidente quiere sacar a subasta.
En el Perú hay unos 38 mil pescadores artesanales que trabajan en unas 9 mil embarcaciones pesqueras pequeñas. Seguro que son poco eficientes y que su productividad no se compara con la de la muy moderna maricultura o con las flotas pesqueras de arrastre. Seguro que sería más "eficiente" convertir todo –desde el muy muy de la playa hasta el lenguado o el mero y el jurel y la caballa– en harina de pescado para alimentar cerdos en Alemania o peces ornamentales en la China, o tomar todo el mar para la moderna maricultura de exportación. Pero, ¿qué hacemos con esas 38 mil familias? ¿Las contratarán las grandes empresas pesqueras y de maricultura?, ¿a cuántos?, ¿y cuántos pasarán a engrosar las filas de los des, sub, y/o semiempleados de las ciudades?
En el Perú también hay alrededor de 1.5 millones de pequeños productores agropecuarios, que tienen propiedades de menos de 10 hectáreas cada una, y que están ubicados sobre todo en la costa. Seguramente son también ineficientes y seguramente también bastarían unos cuantos grandes y modernos empresarios de la agroexportación para "trabajar mejor" esas tierras, con productividad de punta, como en Chile. Pero, de nuevo, ¿qué hacemos con ese millón y medio de propietarios y sus familias?, ¿tendrán que reacomodarse en alguna de las variantes de la pobreza urbana?, ¿o serán todos recontratados para trabajar como peones de a 12 soles diarios, sin estabilidad, sin seguro, sin vacaciones, sin pensiones, sin nada?, ¿como lo fueron sus padres –y en esas mismas tierras– antes de la reforma agraria?
En la Sierra y Selva tenemos más de 5,500 comunidades campesinas andinas y más de 1,200 comunidades nativas en la Amazonía, albergando a 2 millones y medio de personas. Claro, de nuevo, unas decenas de grandes empresas manejando enormes plantaciones forestales comerciales y otras tantas sacando mineral a todo tren seguramente harán un uso más "eficiente" de esas inmensas praderas de pastos altoandinos, hoy "desperdiciadas" por comuneros pobres que comandan chacras y rebaños de vacas y carneros y camélidos andinos de baja productividad.
Seguramente, esas mismas empresas también manejarían mejor las tierras amazónicas, ahora en manos de múltiples comunidades nativas que ignoran las maravillas que ahí se podrían hacer en términos de producción comercial de chips de madera o de las ganancias enormes que algunos –no ellos– podrían tener extrayendo el gas y el petróleo que ahí existen. Pero, ¿y esos 2.5 millones de personas?, ¿cuántos podrán pasar a ser trabajadores de las minas y de los campamentos petroleros y gasíferos?, ¿y cuántos serán contratados como peones en las plantaciones forestales?, ¿en qué condiciones?
Hay pues un problema serio con esto de "los perros del hortelano". Más que un ataque contra los agitadores y las ONG que critican algunas políticas sectoriales o las visiones generales del Presidente, se trata de una declaración de guerra que –en nombre de la gran inversión privada– la más alta autoridad del país declara contra la pequeña producción pesquera, agropecuaria y forestal peruana. Si hemos llevado bien la cuenta, esos perros del hortelano suman millones de peruanos y sus familias. Y qué decir de la catastrófica pérdida de biodiversidad que esta propuesta entraña ¿alguien dijo desarrollo inclusivo y sostenible?
En el Perú hay unos 38 mil pescadores artesanales que trabajan en unas 9 mil embarcaciones pesqueras pequeñas. Seguro que son poco eficientes y que su productividad no se compara con la de la muy moderna maricultura o con las flotas pesqueras de arrastre. Seguro que sería más "eficiente" convertir todo –desde el muy muy de la playa hasta el lenguado o el mero y el jurel y la caballa– en harina de pescado para alimentar cerdos en Alemania o peces ornamentales en la China, o tomar todo el mar para la moderna maricultura de exportación. Pero, ¿qué hacemos con esas 38 mil familias? ¿Las contratarán las grandes empresas pesqueras y de maricultura?, ¿a cuántos?, ¿y cuántos pasarán a engrosar las filas de los des, sub, y/o semiempleados de las ciudades?
En el Perú también hay alrededor de 1.5 millones de pequeños productores agropecuarios, que tienen propiedades de menos de 10 hectáreas cada una, y que están ubicados sobre todo en la costa. Seguramente son también ineficientes y seguramente también bastarían unos cuantos grandes y modernos empresarios de la agroexportación para "trabajar mejor" esas tierras, con productividad de punta, como en Chile. Pero, de nuevo, ¿qué hacemos con ese millón y medio de propietarios y sus familias?, ¿tendrán que reacomodarse en alguna de las variantes de la pobreza urbana?, ¿o serán todos recontratados para trabajar como peones de a 12 soles diarios, sin estabilidad, sin seguro, sin vacaciones, sin pensiones, sin nada?, ¿como lo fueron sus padres –y en esas mismas tierras– antes de la reforma agraria?
En la Sierra y Selva tenemos más de 5,500 comunidades campesinas andinas y más de 1,200 comunidades nativas en la Amazonía, albergando a 2 millones y medio de personas. Claro, de nuevo, unas decenas de grandes empresas manejando enormes plantaciones forestales comerciales y otras tantas sacando mineral a todo tren seguramente harán un uso más "eficiente" de esas inmensas praderas de pastos altoandinos, hoy "desperdiciadas" por comuneros pobres que comandan chacras y rebaños de vacas y carneros y camélidos andinos de baja productividad.
Seguramente, esas mismas empresas también manejarían mejor las tierras amazónicas, ahora en manos de múltiples comunidades nativas que ignoran las maravillas que ahí se podrían hacer en términos de producción comercial de chips de madera o de las ganancias enormes que algunos –no ellos– podrían tener extrayendo el gas y el petróleo que ahí existen. Pero, ¿y esos 2.5 millones de personas?, ¿cuántos podrán pasar a ser trabajadores de las minas y de los campamentos petroleros y gasíferos?, ¿y cuántos serán contratados como peones en las plantaciones forestales?, ¿en qué condiciones?
Hay pues un problema serio con esto de "los perros del hortelano". Más que un ataque contra los agitadores y las ONG que critican algunas políticas sectoriales o las visiones generales del Presidente, se trata de una declaración de guerra que –en nombre de la gran inversión privada– la más alta autoridad del país declara contra la pequeña producción pesquera, agropecuaria y forestal peruana. Si hemos llevado bien la cuenta, esos perros del hortelano suman millones de peruanos y sus familias. Y qué decir de la catastrófica pérdida de biodiversidad que esta propuesta entraña ¿alguien dijo desarrollo inclusivo y sostenible?
La República, 22/03/2008
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