Cada vez que un gobierno solicita delegación de facultades legislativas, no falta algún congresista que se rasgue las vestiduras y que saque a relucir viejas paparruchadas acerca de los cheques en blanco y los furgones de cola para así argumentar que se siente ninguneado y que es necesario defender los fueros. Son rubores flamígeros pero pasajeros. Las más de las veces la delegación de facultades termina siendo aprobada.
UNO: Delegar facultades para legislar en nada afecta la soberanía del Congreso. Se trata de un mecanismo incorporado por sinfín de países en los que imperan sistemas presidencialistas híbridos. Tal es el caso peruano. La frontera entre Ejecutivo y Legislativo es difusa debido a la capacidad de interpelar y censurar ministros que el Parlamento posee. Pero inclusive en sistemas presidencialistas puros, como el estadounidense, el Ejecutivo cuenta no sólo con la potestad de vetar leyes sino de hacerlo parcialmente. Mediante el line item veto, el Presidente puede elegir qué artículo o inciso de la norma no promulgará y dejar a salvo el resto. El margen de maniobra congresal se reduce a la mínima expresión.
DOS: La delegación de facultades para el TLC es justificada e imprescindible. Se trata de 40 decretos legislativos que deben estar oleados y sacramentados en ocho meses. Incluyen temas comerciales, jurisdiccionales, medioambientales, administrativos e, inclusive, tecnológicos. No basta con adecuar la legislación sino cumplir con la promesa de un TLC hacia adentro que permita a las pequeñas y microempresas, fuente de más de las dos terceras partes de los puestos de trabajo, conectarse al circuito exportador. ¿Está en capacidad el Congreso de realizar semejante tarea? Obviamente no. Es precisamente para circunstancias como éstas, en que la naturaleza de las normas y la premura del tiempo exigen especialización y celeridad, que la Constitución del 93 y del 79 consagran la delegación de facultades.
TRES: Si al Congreso le parece mal alguno de los decretos legislativos aprobados, muy bien: que los modifique o derogue. El tema de fondo es que la mayoría de peruanos aprueba el TLC y, en sintonía con esa voluntad, el Congreso ya ratificó el Tratado y aprobó sus adendas. ¿Por qué no terminar de facilitar la tarea?
CUATRO: A algunos congresistas les preocupa que no exista oposición en el Congreso. Bien harían en trabajar para que se elimine la absurda prohibición que impide a los candidatos a la Presidencia de la República ser al mismo tiempo cabezas de listas parlamentarias. Con Lourdes Flores u Ollanta Humala en el Congreso, sus esfuerzos opositores quizás hubieran podido articularse mejor.
Correo, 14/12/2007
domingo, 16 de diciembre de 2007
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