Al presidente Alan García le molesta que se diga que Ollanta Humala está políticamente vigente y que no se puede descartar que este -u otro político que represente al mismo espacio electoral- pueda ganar los aún lejanos comicios del año 2011. En su intervención en la CADE, el presidente ha pedido a los empresarios allí presentes que tengan coraje -para invertir, se entiende- y que no teman la aparición de un Humala en las próximas elecciones presidenciales.
Sin embargo, al mismo tiempo les recomendó que suban los sueldos a sus trabajadores; de no ser así, vaticinó, el próximo año habrá protestas, huelgas y revitalización de la actividad sindical. El presidente sabe perfectamente que a los empresarios peruanos les molestan tanto o más los dirigentes sindicales y los sindicatos que los lejanos Humala del 2011: "Las cifras dicen que aumenta el empleo (...), pero no suben los salarios. Ahí tenemos un problema. Oiga, ¿qué esperamos para subirlos nosotros? No por decretos supremos, eso ya no se puede hacer". Algo así como "yo me la juego por ustedes, ahora es tiempo de que ustedes se pongan con algo".
La imagen del presidente pidiendo al empresariado nacional coraje y apoyo recuerda al Alan García de hace veinte años, cuando planteó, en el mismo escenario, demandas semejantes. Pero esta vez la apuesta por los grandes empresarios no tiene retorno: si en su primer gobierno intentó negociar para después romper abruptamente con ellos (el llamado a los doce apóstoles versus la estatización de la banca), ahora el jefe de Estado se ha convertido en su más seguro amigo -su primer año de gestión es la mejor prueba de ello- y hasta teórico, desde que publicó su artículo "El perro del hortelano".
Cuando el primer mandatario señala directamente a los sindicatos como un potencial problema, y, por negación, a los Humala en otro, aunque de más largo plazo, está aceptando implícitamente que su plan político y su defensa del primitivo modelo primario-exportador otorga clara e inevitable vigencia a estos actores.
El presidente no quiere reconocer que el "pesimismo fatalista de la queja" hacia el cual se podrían deslizar algunos inversionistas ante la protesta y las opciones antisistema lo está instalando él mismo, porque no es gratuito que su gestión esté siendo objetada por amplios sectores de la población. Esto nace de su terquedad para no decidirse a emprender reformas de mediano plazo en salud y educación, e impulsar el desarrollo de la micro, pequeña y mediana empresa. Baste revisar las encuestas para ver el rechazo que obtiene en el sur, centro, oriente e incluso en el norte del país. ¿No es él, entonces, el principal promotor del descontento y, de carambola, hasta del fatalismo?
Perúv 21, 02/12/2007
lunes, 3 de diciembre de 2007
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