La anterior vez que un perro encendió la imaginación de un país en América Latina fue cuando el presidente José López Portillo dijo en 1981 "¡Defenderé el peso como un perro!". Tras la previsible devaluación, en los espacios públicos los parroquianos saludaban a López Portillo, para entonces ya conocido como El perro, con coros de ladridos.
Por motivos diferentes aquí el país de la tertulia política también ha entrado en trance canino. Muchas personas nunca han sabido exactamente de qué tratan los dos artículos de Alan García sobre el perro del hortelano, o lo han olvidado. Pero la mención del animal se ha vuelto de rigor para dar chispa a un comentario.
Políticos oficialistas y empresarios (a menudo una misma persona) ahora les añaden un poco de perro a sus comentarios para referirse a quienes interfieren sus planes. Los opositores, para quienes fue originalmente traído el perro de la huerta, buscan perros alternativos para lanzárselos al gobierno, como el faldero, el guardián, el de presa.
Si recordamos bien, la última vez que aquí fueron políticos y polémicos los perros fue en el cambio de palabras bicanino entre Mario Vargas Llosa y Alejandro Romualdo Valle en 1959. En el N°3 de la revista Literatura el novelista llamó al poeta "perro de Pavlov", y este le respondió llamándolo "buldog de Nixon".
Volviendo al perro del hortelano, mi amigo Nicholas Asheshov me hace notar que la versión anglosajona del refrán es algo así como "No mea, pero tampoco se baja de la bacinica". Todas imágenes del desperdicio de recursos, del gusto por bloquear un supuesto curso natural de las cosas, de pronto hasta por imponer austeridades innecesarias.
De alguna sutil manera la imagen del perro del hortelano ha prendido porque es una versión del mendigo sobre un banco de oro, la frase atribuida a Antonio Raimondi: la riqueza está pero algo, alguien, nos impide echarle mano. La versión de García es ingeniosa: no es el rico que impide llegar al pobre; es un tipo de pobre que impide el acceso a los demás.
Que los perros tienen una poderosa influencia en la imaginación peruana lo demuestra que las novelas acaso más célebres de nuestras letras los llevan en el título, o que el perro calato fue declarado patrimonio de la nación. Ahora que la imaginación política empieza a hacer al perro suyo, es impredecible lo que puede resultar de allí.
Como la iniciativa de García se anuncia como una serie, y luego como la recopilación de rigor, el país político no solo debería estudiar esas ideas, sino además explorar hasta dónde pueden llevar las imágenes de perros en el discurso público. China acaba de lanzar la política de "Un solo perro". ¿Debemos seguirlos en algún aspecto?
jueves, 6 de diciembre de 2007
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