En el año 2003, tuve la oportunidad de publicar en este diario una severa crítica al libro "Modernid@d y polític@ en el siglo XXI" escrito por el doctor Alan García, entonces candidato natural del Apra a las elecciones del 2006. Manifestamos entonces nuestra preocupación por la visión aún rezagada --contenida en dicho libro-- de los caminos que proponía para conseguir más desarrollo y 'justicia social'. Caminos aún plagados de nociones propias del populismo del siglo pasado.
Me toca ahora reconocer que con la publicación de "El síndrome del perro del hortelano" (El Comercio, domingo 28 de octubre), el presidente García ha ido más allá de un 'cambio de rumbo'. Esta vez, sus propuestas son las de un estadista con una visión del desarrollo, aunque sin duda frustrado por no poder lograr rápido lo que, dadas nuestras estructuras, solo se puede obtener de manera progresiva.
El presidente García ha constatado en estos quince meses de gobierno que el país está creciendo como nunca antes en su historia reciente. Ha comprobado cómo en un clima de estabilidad macroeconómica, apertura al mundo y respeto a la propiedad privada, los empresarios invierten, arriesgan, son creativos y están comprometidos con el país. Sus permanentes visitas a inauguraciones de minas, fábricas, nuevas tierras en producción, le han permitido conocer mejor el valor del esfuerzo privado para el bienestar social. Ha podido apreciar, comparando Ilo con Ayabaca, el impacto que la actividad empresarial privada tiene sobre las condiciones de vida del ciudadano de a pie y la pobreza de la tierra copada por los enemigos del progreso.
Teniendo entonces como premisa que en cualquier sociedad libre es la iniciativa privada la que impulsa con mayor eficiencia y justicia la generación de riqueza, el presidente García identifica el mayor de los déficits sociales de los que adolece nuestro país: el déficit de actividad empresarial que no permite que explotemos de manera suficientemente intensa los recursos de los que disponemos.
Algo más aun, García subraya los fundamentos institucionales que permitirán que la actividad empresarial florezca ahí donde está ausente. De ahí que proponga generar la posibilidad de propiedad privada a gran escala ahí donde aún no es posible de acuerdo con legislaciones absurdas, como es el caso del sector forestal. De ahí que condene el ambientalismo frívolo que detiene inversiones incluso antes de que se hagan los estudios de impacto ambiental.
Basta despojarse de prejuicios ideológicos y estudiar un poco para tener claro que, siguiendo el mencionado ejemplo, la gran inversión privada en el sector forestal no solo es generadora de riqueza, sino que además es la mejor manera de regular un desarrollo sustentable de la Amazonía. Ahí quien depreda es la informalidad. Basta conocer un poco la actividad minera contemporánea para constatar los altos estándares de cuidado al medio ambiente de la empresa mediana y grande.
Tiene razón el presidente García en acusar a quienes se empeñan en boicotear la inversión privada y que, a la imagen del perro del hortelano, no comen ni dejan comer. En ese bando existen sin duda los honestos ilusos, equivocados por desconocer la realidad de la empresa privada y creer en la utopía de una burocracia capaz de reducir las diferencias de riqueza sin poner en riesgo su creación. Los hay resentidos que intentan empobrecer a todos para, a la imagen de Cuba, terminar defendiendo dictaduras y desigualdades generadas por decreto. Los hay también agitadores que hacen de dicho quehacer destructor su propio negocio.
No es el caso de Enrique Bernales, quien a la imagen de una izquierda moderna ha reaccionado equilibradamente a las propuestas de García (El Comercio, 30 de octubre). Sí es lamentablemente el caso de intelectuales como Nelson Manrique, quien sigue considerando que son el Estado, la burocracia de turno, los políticos allegados al gobernante y no los empresarios, los que pueden generar desarrollo. No solo eso: Manrique ("Perú.21", 29 de octubre) ha llegado a sostener que García debe imitar nada menos que a Evo Morales, bajo el inmoral argumento de que estatizar y ponerse de rodillas frente a los petrodólares de Hugo Chávez le han dado más popularidad en las encuestas.
Quizás en el corto plazo la posición del presidente García no lo haga popular frente al facilismo del nacionalismo socialista. Pero estamos seguros de que, de continuar en esa senda, podrá finalmente limpiar lo hecho durante su primer gobierno y quedar en la historia como un buen presidente de la República.
El Comercio, 31/10/2007
domingo, 16 de diciembre de 2007
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